Veinte años sin el Muro de Berlín

content_berlin_wall Hoy se cumplen 20 años de la caída del Muro de Berlín, símbolo de la división de Alemania y de Europa.  La noche del 12 al 13 de agosto de 1961 Berlín quedó dividida en dos por orden de las autoridades de la República Democrática de Alemania (RDA) mediante una valla de alambres partía físicamente a la ciudad.

El muro, considerado «de la vergüenza» en Occidente y «muralla de protección antifascista» por el Este, permaneció en pie 28 años, dos meses y 27 días. Durante ese tiempo, algo más de 155 kilómetros atravesaron Berlín y rodearon la parte occidental, convirtiéndola en una «isla».

Su origen hay que buscarlo en la «división de Alemania, decidida por las potencias vencedoras (EEUU, URSS, Reino Unido y Francia) en la Segunda Guerra Mundial, que acabó en la creación de dos países en 1949, la República Federal de Alemania (RFA) y la RDA.

Berlín fue el símbolo de la fractura de Europa en dos bloques por la «Guerra Fría», mantenida por EEUU y sus aliados occidentales y la URSS y los países de su órbita al Este de Austria.

La  noche del 9 al 10 de noviembre de 1989 los berlineses sorprendieron al mundo con el derribo del Muro, tras varios meses de protestas y amparados por la «perestroika» (reestructuración) del líder soviético, Mijail Gorbachov.

El 18 de octubre el presidente de la RDA, Erich Honecker, de la «vieja guardia», fue sustituido por el reformista Egon Krenz, que propuso aprobar el «visado de salida». Y en la tarde del día 9, el portavoz del politburó, Günther Schabovski, anunció la emisión inmediata de visados.

A los pocos minutos, un periodista de Associated Press afirmaba que Alemania Oriental abría sus fronteras. Formalmente el Muro cayó a las diez de la noche, cuando se abrió el primer paso fronterizo en Bornholmerstrasse.

Berlín hoy

Berlín no presume de tener la belleza de Roma o de París, sigue siendo una ciudad pobre dentro de Alemania, pero no deja indiferente a nadie. Sobre las ruinas y las cicatrices ha sabido reconstruir en poco tiempo una de las urbes más apasionantes de Europa, recuperando en el presente el ritmo y brillo cultural e internacional que siempre la caracterizaron en el pasado.

La caída del Muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989 ponía el punto final a todas las tragedias sufridas en el convulso siglo XX. El nazismo, la Segunda Guerra Mundial, la división del país por el «Telón de Acero», todo quedaba atrás para dar vida poco a poco a una metrópoli mundial de 3,5 millones de habitantes que evoluciona día a día a un ritmo vertiginoso.

Desde que recuperó su condición de capital de la Alemania unida, Berlín se convirtió en la mayor obra de construcción, en pura tierra virgen sobre la que era posible empezar de cero, en la que se hacían realidad los proyectos arquitectónicos más arriesgados y ambiciosos, en parte por los bajos costes y en parte por la gran cantidad de solares vacíos, legado directo de más de seis décadas de desgarro.

Pronto se construyó la famosa plaza de Potsdamerplatz, moderno complejo de rascacielos al estilo neoyorquino pensado como nuevo corazón de la capital en un vasto territorio que hasta la caída de la extinta República Democrática Alemana era tierra de nadie.

Norman Foster daba forma por otra parte a la famosa cúpula transparente de la Cámara baja del Parlamento alemán, el Reichstag, desde la que el pueblo vigila a los gobernantes para que no repitan los errores del pasado.

Junto a él, en un espacio cubierto de escombros, surgía el nuevo barrio gubernamental con la futurista Cancillería y los jardines en los que en la posguerra los berlinesas plantaban patatas. Al lado se alzó la imponente estación central, de acero y cristal, como buena parte de los nuevos edificios de la ciudad.

Muy cerca, la emblemática Puerta de Brandeburgo construida por Federico Guillermo II de Prusia recuperaba el brillo histórico y arquitectónico que siempre había tenido y toda esa avenida, Unter den Linden, se lavaba la cara.

En ella, la Isla de los Museos, reconocida como patrimonio cultural por la UNESCO, emprendía paso a paso la necesaria reconstrucción tras la devastación sufrida por los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial. El último en hacerlo fue el Neues Museum, abierto el 17 de octubre y refugio de la que es seguramente la pieza más valiosa de Berlín, el busto de la reina egipcia Nefertiti.

En Mitte, el centro de la ciudad, venido abajo en la RDA, empezaron a asentarse lentamente los artistas más osados, convirtiéndolo en el barrio de moda y en el paraíso artístico que es hoy la ciudad, con su subcultura y su escena alternativa.

Así, llegaban los míticos clubs nocturnos emplazados en fábricas abandonadas, los Dj’s por los que hoy miles de turistas visitan la ciudad. Aquella fue la época de las casas ocupadas, la libertad infinita. Berlín, otrora impenetrable, empezaba a hacer gala de una incomparable vitalidad.

Hasta hace pocos años, eran contados los alemanes de la parte occidental del país que aspiraban a vivir en esa ciudad todavía herida, que consideraban ruinosa, fría, sucia y llena de punks.

Hoy todo eso ha cambiado. Berlín, Premio Príncipe de Asturias de la Concordia este año, ya no es una apuesta arriegada, sino un imán, sobre todo para los artistas, alemanes, y extranjeros, a los que les sigue sorprendiendo que en una capital europea los alquileres sean infinitamente inferiores a los de Madrid, Roma, Londres o París.

Para los españoles, la ciudad del puente aéreo, la ciudad desde la que se cambió el rumbo de la historia mundial, es ya el quinto destino extranjero. «Me instalé en enero porque ya había estado antes de visita y me había conquistado», dice Patricia, una periodista de 26 años. «Es una ciudad cosmopolita y muy heterogénea, que tiene de todo y que no pone trabas a la expresión artística ni cultural».

Capital de la miseria y la riqueza, de la dictadura y la libertad, todos tienen su oportunidad. «Es muy diferente a cualquier ciudad europea. Siempre en movimiento, anónima muchas veces, te puede gustar o no, pero no te deja frío», añade Jaime Andia, un ingeniero aragonés de 31 años, que sin embargo se queja de que con la llegada del turismo en los últimos años, perdió «carácter y autenticidad».

Berlín, una ciudad sin fondos y con una tasa de desempleo cercana al 15 por ciento, vive reinventándose junto a las glorias del pasado gracias a un acerbo cultural impresionante, que es lo que hace que la oferta lúdica sea casi infinita.

«Lo que más me gusta es que nunca te puedes aburrir, siempre hay algo interesante que hacer», señala Georgia Ribes, una psicóloga española de madre alemana que llegó hace ocho años buscando sus raíces, pero también la historia «que se respira en todos sitios».

En sus museos se pueden visitar los más variados tesoros, desde el Altar de Pérgamo y las Puertas de de Babilonia, el expresionismo alemán en la Neue Nationalgalerie de Mies van der Rohe hasta la obra de Joseph Beuys en el centro de arte contemporáneo Hamburger Bahnhof.

El poderío de Berlín se palpa también en sus numerosas salas de conciertos, entre ellas la prestigiosa Filarmónica, y en sus tres óperas, una de ellas, la Staatsoper Unter den Linden, dirigida por el argentino-israelí Daniel Barenboim.

En los últimos años, la ciudad de las hamburguesas,»Buletten» (albóndigas) y las salchichas «Currywurst» ha sabido atraer también a los mejores directores teatrales, hasta ahora asentados en Múnich y Hamburgo, y se está convirtiendo en sede de los medios de comunicación.

La industria cinematográfica está experimentando del mismo modo un impresionante florecimiento y son muchos los actores de Hollywood que han quedado encandilados por la ciudad y se han instalado en ella, al menos durante los rodajes. Tom Cruise y Katie Holmes, Brad Pitt y Angelina Jolie, Quentin Tarantino y Matt Damon son sólo algunos.

Por otra parte, consciente de su pasado, muestra con orgullo y arrepentimiento algunas heridas bélicas como búnkers de la última guerra, refugios y túneles de la Guerra Fría, y rinde homenaje a los judíos con el Museo Judío, la joya inaugurada en 1999 por el arquitecto Daniel Libeskind, o el Monumento a las víctimas del Holocausto, obra del estadounidense Peter Eisenman, de 2005.

Sin embargo, pese a la magnitud, la modernidad y la rauda evolución urbana, en la ciudad de los lagos y las bicicletas aún se tiene la sensación de vivir en una provincia. Berlín tiene simplemente un latido diferente.

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2 comentarios

  1. Algo bueno habria tras el muro cuando 20 años despues…en muchos de aquellos landers,ciudades y pueblos gobierna Die Linke.

    ¿Por cierto dictadura?…pues elecciones había,dirigidas si,como todas las de las democracias occidentales…nos las vendan como nos las vendan.

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