Dicen que el que es pobre… es pobre para siempre. Si esto fuese verdad sólo en un par sitios en el mundo (¡ojalá!), sin duda sería en Nepal o la India. Sociedades donde no se puede ser libre, donde prosperar está prohibido o es casi un milagro, donde no se puede elegir, donde cada persona ya nace colocada en «su» lugar.
Mucho más si eres un intocable, esos malditos de India, Pakistán, Bangladesh o Nepal que ni siquiera merecen tener una casta. Porque sólo son basura y como tal merecen vivir en vertederos. Los más marginados, discriminados y vulnerables.
Por suerte, quedan personas en el mundo como Victoria Subirana, una catalana que dejó Girona para irse a Katmandú a montar una escuela para los niños y madres de los suburbios. Su historia es la historia que Icíar Bollaín cuenta en «Katmandú, un espejo en el cielo» bajo el personaje de Laia.
Laia es una maestra que viaja a Katmandú para trabajar en una escuela de los barrios más pobres. Para arreglar un poco de la miseria que lo rodea todo, decide poner en marcha un proyecto educativo para que los niños intocables de los suburbios de la ciudad puedan tener algún futuro más allá de recoger basura en el vertedero o sacar arena de las orillas del río.
Para poder quedarse en el país, se ve obligada a meterse en un matrimonio de conveniencia con un sherpa nepalí del que además se acabará enamorando. Pero no es una historia de amor. Bueno… o sí. Pero no de amor de pareja, sino de amor por los demás, de amor por un país, de amor por gente a quien no te une nada más que entenderlos como seres humanos que merecen los mismos derechos y oportunidades que tú.
Y aún con amor, no es fácil vivir, pelearte e intentar entender tradiciones de otro país que se aleja mucho de lo que hasta entonces conocías como normal. Costumbres que te parecen locas, absurdas, injustas y retrógradas. Pero que tienes que respetar. Y que te hacen hasta perder a amigos. A familia. Al que eliges como compañero de vida.
El mundo necesita más Laias, o más Victorias. Gente dispuesta a perderlo todo por ayudar a salir a la luz a quienes ni siquiera conoces ni tampoco te lo han pedido. Gente dispuestas a dar y darse.
Así es como Victoria Subirana se convirtió en Victoria Sherpa; su escuela en una institución ejemplar; y su marido, Ang Kami, en dueño de una agencia de viajes que organiza expediciones para europeos. Ella encontró en Nepal su lugar en el mundo, su espejo en el cielo. Y el tuyo ¿ya sabes dónde está?
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