Si todo va bien, el próximo 29 de julio estaré aterrizando por segundo verano consecutivo en Asia. Pasaré casi 20 días en un enorme rincón del mundo protegido por el Himalaya que discurre entre Nepal, Tíbet y Bhután y es conocido por muchos como «Las montañas de Buda».
Me hace mucha ilusión este viaje y además creo que será de los destinos recientes en los que más voy a aprender. En lo poco que he mirado en unos días, promete tener unos paisajes, una cultura y una historia reciente apasionante. Así que, como cada año, empiezo a prepararlo todo con meses de antelación. Hay mucho que aprender antes para poder descubrirlo y entenderlo con mejores ojos después 😉
He empezado a leer y ver todo lo que pillo sobre Tíbet, conocido como «el techo del mundo». El país más alto de la tierra y el más aislado como dice Brad Pitt en Siete años en el Tíbet. Confieso que vi esta película hace años pero no debí prestar atención a absolutamente nada, por lo primero que me ha sorprendido al volver a verla ha sido descubrir que fue una historia real y que existió un montañista austriaco que conoció al Dalai Lama hace relativamente pocos años.
Heinrich Harrer fue un famoso alpinista austríaco que intentó la ascensión al Nanga Parbat. Pero, cosas caprichosas de la historia, su aventura es interrumpida por el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Harrer (Pitt en la peli) es arrestado y pasa cuatro años en un campo de prisioneros, hasta que en 1944 logra escapar.
Tras huir y deambular durante casi 2 años y más de 2.000 kilómetros a través de las montañas del Himalaya, llega a la conocida como «la ciudad prohibida» de Lhasa, una ciudad entonces prohibida para los extranjeros y residencia del Dalai Lama, la máxima autoridad religiosa del Budismo Tibetano. Es aquí donde empieza de verdad lo interesante de la película 😉
¿Y por qué era una ciudad donde los extranjeros no eran bienvenidos? Años años, un Dalai Lama anterior había predecido que se produciría una invasión extranjera que pondría en peligro la estabilidad del país y la religión de Buda. Así que para evitar que esto sucediera… tomaron la decisión de no dejar a nadie que no fuese tibetano. Y precisamente esa decisión es la responsable de que Tíbet tenga una personalidad muy especial y sea una de las regiones más auténticas del planeta.
Siete años en el Tíbet cuenta la vida cotidiana de Heinrich Harrer en Lhasa y cómo el Dalai Lama se interesa por conocerlo y acaban entablando una estrecha amistad que duraría hasta la muerte del austriaco muchos años después.
Con Heinrich, el Dalai Lama aprende muchas curiosidades de la vida en países de Occidente, como por ejemplo las historias de Jack el Destripador, conocer el funcionamiento de un ascensor o cómo se conduce un vehículo. Y en la película, esa amistad sirve de excusa para conocer una religión, una forma de ser, una forma de vida especial en esta parte del mundo.
El final es históricamente conocido. Tíbet es invadido por China a inicios de los años ’50 y pasa a ser parte de la República Popular China, lo que hace que el Dalai Lama tenga que escapar a la India, donde vive exiliado todavía hoy. Pero de esto y de la resistencia de todo un país contra los chinos hablaremos en otro post 😉 Por ahora yo alucino sólo con imaginarme pisando Lhasa y entrando en el palacio de Potala, la que fue la residencia del Dalai Lama hasta el ’59 y uno de los grandes símbolos del Budismo.
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