«Soy un hombre libre y voy a salir por la puerta principal». Es la frase que pronuncia Gerry Conlon al final de la película y es la mejor forma de resumirla. «En el nombre del padre» es una película insultantemente sincera, directa. Pensar que es tan sólo una historia real -basada en el libro «Proved Innocent»-contada en una pantalla para darle más voz hace que te entre dolor de barriga.
Belfast, años 70. Gerry Conlon es un joven que juega a ser hippie y coquetea con las drogas. Su padre, aterrado por la vida que lleva, lo manda a Londres, en esos violentos días en que los grupos terroristas irlandeses sembraban de bombas el centro de la ciudad.
Gerry se convierte desgraciadamente en uno de los cuatro de Guildford. Condenado por un crimen que nunca cometió, pasó en prisión 15 años hasta que todo salió a la luz. La policía británica lo tomó como cabeza de turco junto a otras personas por un atentado a un club de Londres ejecutado por el IRA en el que varias personas pierden la vida. Después de 7 días bajo presión e intimidados por la policía, él y cuatro de sus amigos son forzados a declararse culpables. También su padre y otros de sus parientes en Londres son involucrados en el crimen.
Es una película para pensar. Hay mucho transfondo político y social. ¿El más importante? Un fragilísimo Estado de Derecho en ese tiempo. En aquellas décadas, como respuesta al fenómeno creciente de las protestas sociales del 68, muchos Estados europeos idearon auténticas aberraciones jurídicas llamadas en general con el apelativo de «leyes especiales» contra el terrorismo. Reino Unido, Francia, Italia o Alemania aprobaron leyes en las cuales, en aras de la protección contra el terrorismo, se permitían actos de dudosa legalidad en una democracia. Entre los actos que sin ningún tipo de control judicial permitían aquellas leyes hablamos de registros, de escuchas telefónicas, de grabación de conversaciones, de seguimientos, de toma de fotografías, de investigaciones en los lugares de trabajo, la apertura de correo privado, las detenciones preventivas y los interrogatorios sin presencia de abogados.
¿El trasfondo más secundario? La marginación en Irlanda del norte de las familias católicas, el terrorismo irlandés como rechazo a la autoridad británica.
Todavía hoy, Gerry Conlom sigue pidiendo que se reconozca la inocencia de su padre, que murió en prisión. Da escalofríos leerle:
Since I came out of prison, I have suffered two breakdowns, I have attempted suicide, I have been addicted to drugs and to alcohol. The ordeal has never left me. I was given no psychological help by the government that had locked me up, no counselling. Since our case there have been perhaps 200 others we have heard about of innocent people being released, Sean Hodgson being the latest, and probably a few thousand others that have not had the publicity. I would say the vast majority have almost certainly had problems with drug addiction, have been estranged from their families and disenfranchised from society – yet they have been offered little in the way of help. The money we received in compensation went quickly as a lot of hangers-on arrived on the scene.
I am 55 now and I was 20 when I was arrested so what happened to us has taken up 35 years of my life. I am now with the girl that I met when I first came out of prison and I owe her an enormous amount of gratitude. Others have not been so lucky. I hope that what happened to us will always act as a reminder to people never to jump to conclusions, whatever the nature of a crime, and never to ignore the people who are now trying to get their voices heard so that the nightmare does not happen to them.
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