Alojarse en La Casa de Bóvedas

Hace poco más de un mes, me senté delante del ordenador para buscar un hotel en Arcos de la Frontera. Le dije a google que me enseñara «hoteles con encanto en Arcos» y saltó a la pantalla en primera posición La Casa de Bóvedas. Me sorprendió que saliera incluso por encima del Parador, cosa que gustó ya de entrada. Antes de seguir mirando, eché un vistazo a Trip Advisor, donde todo el mundo hablaba maravillas del sitio.

Después de aquello, entré en la página web. Suelo hacerlo por este orden siempre porque es como menos me he equivocado (salvando el incidente de Osuna). Unas fotos bonitas siempre es posible sacarlas hasta del peor de los sitios, pero las opiniones de la gente nunca suelen ser para engañar a nadie.

Nada más ver las primeras fotos, supe que quería quedarme allí. Un hotel pequeñito de 8 habitaciones, con decoración cuidada, luces que prometían relax, habitaciones que invitaban al descanso, un salón con chimenea y mesitas con visitas que me obligarían a disfrutar algún día de un largo y buen desayuno.

El viernes por la mañana, el dueño del hotel me llamó para preocuparse por saber a qué hora íbamos a llegar, indicarnos cuál era el mejor sitio para aparcar (cosa que se entiende al estar en el casco antiguo de un pueblo donde es imposible encontrar calles con aparcamiento) y ofrecerse para ayudarnos a llevar las maletas desde el coche al hotel. Me gustó ese detalle; al menos, parecía que se preocupaban por mí.

Cuando llegamos, me encontré con un enorme portalón de una casa antigua que escondía lo que yo quería encontrar dentro y que encontré nada más cruzar el umbral. Un antiguo caserón serrano de techos abovedados restaurado con mimo combinando a la perfección las necesidades de un pequeño hotel con la tradición y el sabor de lo antiguo.

Un patio central con el techo acristalado con pequeñitas escaleras que suben y bajan a las distintas habitaciones en un perfecto laberinto de paredes encaladas donde las puertas de la antigua casa, las baldosas, los tiestos de macetas e infinidad de elementos decorativos más te recuerdan que esto no es un hotel nuevo sin más, sino que consigue alojarte de la manera más comfortable en una casa auténtica en cada rincón. Para colmo, tiene un patio con impresionantes vistas y un salón con chimenea y sofás donde perder un par de horas.

Nos dieron a elegir habitación y nos acomodamos. La buena impresión de las zonas comunes se mejoraba con la habitación con un pequeño saloncito y baño que nos encontramos. Y las luces…. amarillas e indirectas…. ni rastro de esos tubos fluorescentes blancos que me recuerdan a un maldito quirófano.

El encanto de la casa se incrementa con el de su dueño, René. Un arquitecto holandés que se pasó 20 años viviendo en Argentina y hace 10 decidió cambiar su vida e instalarse en Arcos para dedicarse a recibir y conversar con huéspedes. Merece la pena reservarse media hora en el salón para charlar con él.

Yo lo hice y me contó cómo decidió comprar aquella casa y transformarla en lo que hoy es, conservando colgadas en el patio hasta las antiguas sillas de madera vencidas que hoy le sirven de decoración y sonreía al decirme que su mayor satisfacción es escuchar a personas que disfrutan tanto como él durante un fin de semana de su pequeño rincón en el mundo.

El domingo nos sirvió un desayuno relajado con el que nos entretuvimos más de 1 hora. Algo caro (cuesta 7 euros por cabeza) pero que merece la pena pagar si te apetece desayunar con calma y darte el capricho. Tostadas, te, café, fruta, yogurth, zumos, croissants…

Le encontré dos pequeños fallos. No tiene internet y en el desayuno se echa de menos que los productos sean de más calidad. Que en la sierra te den de desayunar un jamón serrano ‘made in’ Hacendado, definitamente no mola.

Pero si alguna vez decido montar un pequeño hotelito y darme a la vida relajada, recuérdenme que sea así, por favor. Probablemente no será el mejor hotel de Arcos en lujos ni servicios, pero sí el que tenga más encanto. O llámenme romanticona, lo que prefieran.

 

Vivir en el barrio de Ranelagh, Dublín

Muchos de vosotros ya lo sabéis. El próximo 5 febrero me marcho a Dublín a estudiar inglés. Después de meditar un tiempo cuál era la mejor forma de aprovechar este periodo sin trabajo, decidí que era la ocasión perfecta para darme la oportunidad de vivir fuera de España por un periodo relativamente largo.

Tras valorar diferentes destinos que cumplieran todos los requisitos que tenía en la cabeza, Dublín se perfiló como el destino perfecto para pasar un tiempo conviviendo con una familia irlandesa, conociendo el país y dándole el empujón definitivo al inglés.

Hoy me han comunicado que ya tengo familia y casa confirmada. He tenido la suerte de ser aceptada por Nuala, una mujer retirada (son las más «cotizadas» por los estudiantes, ya que según me cuentan tienen todo el tiempo del mundo para hablar contigo y enseñarte su país), que me acogerá en su casa, con su jardín y su pequeño perro.

Viviré en el barrio de Ranelagh, del que lo desconocía todo hasta hace un rato. Bicheando por internet, he encontrado a un español que habla maravillas de la vida en este barrio y que me ha enseñado las primeras fotos, así que estoy más emocionada si cabe. Lo mejor es que estoy a 20 minutos del centro de Dublín y a 15 minutos caminando de la escuela de inglés.