APATRULLANDO LA CIUDAD

Septiembre de 2003. Mediodía en Miranda de Ebro (Burgos). Descanso después de comer un magnífico bacalao con tomate con Nata y su familia a la que acababa de conocer 2 días antes (Berta y su madre Yolanda) en mi primera visita a su casa. Retiramos la mesa y nos disponemos a descansar un rato antes de hacer algo por la tarde.

En cualquier casa, esto consistiría en ver un rato la televisión, leer o charlar. En casa de Nata, ese día al menos (aunque sospecho que es algo que hacen con frecuencia), no fue así. Me senté en el sofá dispuesta a descansar y de repente… Yolanda, madre de familia aunque nada seria, enchufa el equipo de música y se pone a bailar. Nata y Berta inmediatamente se le unen.

Y ahí me tenéis a mí. Con cara de póker, riéndome y sin saber qué hacer. Aquello parecía un teatro improvisado. Las tres bailando y cantando una canción de Carlos Vives (no recuerdo el nombre) que iba aquella noche a dar un concierto. Yo observaba sin parar de reirme y pensando que aquella familia estaba un poco «para allá». Ellas bailaban animadísimas.

De repente, Nata le dice a su hermana. «Berta, el Fari con tacones». Y sin más, las dos se ponen a cantar la canción de el Fari de «Apatrullando la ciudad» de moda en ese momento gracias la película de Santiago Segura.

Desde entonces, apodé a Berta cariñosamente como «Fari con tacones». Aún no he logrado entender por qué eso de «con tacones». Ellas tampoco consiguen explicármelo porque cuando lo pregunto se empiezan a reir…

Siempre me he quedado con las ganas de gastar una bromilla a Berta y regalarle un disco de El Fary. Ayer le tuve que escribir para darle la triste noticia. Nuestro ídolo de las mediodías en Miranda había fallecido.

Después de luchar durante meses contra un cáncer de pulmón, el mítico rey de la copla pop fallecía a los 69 años. Empezó vendiendo discos en el rastro de Madrid después de conseguir financiarlos trabajando como repartidor de fruta a domicilio, jardinero o taxista. A mí siempre me gustó el tema de «El torito guapo».

En fin, ojalá dentro de no mucho me reuna de nuevo con esta familia de locos en Miranda o en Valverde (nos deben una visita) y me sigan cantando este mítico éxito de la copla Española.

PESADILLA EN LA FACULTAD

Cuando yo andaba por la facultad (y de eso hace bastante poco, para que no digáis), había varias cosas que a todos nos parecían una auténtica tortura. Por ejemplo, lo de tener que ir a hacer la matrícula en septiembre. El último año fue bastante menos sufridito porque por fin nos dejaban hacerla por internet; pero antes, lo fundamental era ir temprano a recoger la «papeleta de sitio» para al menos poder elegir alguna de todas las asignaturas optativas. Yo no debí tener demasiada suerte, porque sólo conseguir elegir tres asignaturas optativas que me gustaban en toda la carrera.

Después, llegaba la lucha. Se trataba de ver quién resistía más, si la tipa secretaria de turno que se ponía en la puerta dándonos paso o nosotros. Una vez dentro, la pelea se repetía ¿quién era más fuerte: la del flequillo inútil que tecleaba sin parar mientras tú rezabas para que no se hubiese llenado el curso que querías o tú?

Dejando atrás gran número de los traumas que tenemos gracias a nuestro paso por Ciencias de la Información en la Complu, me centro en el tema de internet. Los primeros años yo personalmente tuve suerte por eso de tener acceso desde el colegio mayor, pero cuando me fui a piso cambió la cosa.

Si quería escribir un mail a alguna amiga exiliada de Erasmus, una hora de espera en la cola. Si quería buscar alguna información para un trabajo, una hora de espera de cola. Si quería buscar sitios para hacer prácticas, otra hora de espera de cola. Si quería reservar un billete para irme a casa, una hora más de espera de cola.

Creo que debí pasarme en 4 meses (el tiempo que tardamos en decidir que necesitábamos internet en casa) unas 20 horas de espera en la cola para entrar en la sala de informática. Con el añadido de que la sala estaba en uno de los sótanos que parecían mataderos de esa bella facultad.

Eso sí, había algo fundamental: mientras estabas en la cola, había que fijarse en la cara de desesperación de la gente delante de la pantalla para elegir bien el ordenador. Si veías a alguien cagarse demasiado en la maquinita, lo mejor era dejar pasar a algún guiri que ocupase ese ordenador para tu pillar el «bueno». Si te sentabas en ése, la hora de espera en la cola había sido inútil porque con casi total seguridad después de 15 minutos esperando a que se cargase tu correo, te levantarías y decidirías dejarlo para otro día.

Y lo irónico de todo esto es que nosotros estábamos en la facultad de Ciencias de la Información ¿¿?? (como diría Nata.. ¿¿¿hola???) ¿¿??

En fin, parece que ahora que hemos dejado la facultad van a poner acceso a internet mediante Wifi para todo el mundo en la facultad. Según dicen en «El País», el acceso inalámbrico a Internet llegará el próximo curso a todas las universidades públicas españolas. Los alumnos, profesores y el resto del personal podrán conectarse en la mayor parte del campus de forma gratuita, pero antes tienen que registrarse como usuarios.

¡Vaya! Ya hemos encontrado el PERO. Cuando el alumno, el profesor o cualquier otro empleado se registre, podrá conectarse gratis a Internet a través de la red inalámbrica mediante un nombre de usuario y una clave. Sólo espero que quienes tengan que registrar a los alumnos y dar las claves de acceso no sean las mismas de secretaría que nos hacían sufrir con las matrículas. Porque entonces van listos.

Si es verdad que lo hacen y funciona, yo prometo volver a la facultad con mi portátil sólo para conectarme un ratito y así quitarme esa especie de «trauma universitario».

Eso sí, siempre nos quedará el consuelo de que las colas en copistería para recoger apuntes eran más largas e insufribles.