RECUPERACION POSTPARTO EN BERLIN

La vuelta al trabajo después de vacaciones ha sido más que frenética. Nada más llegar, me encontré con la montaña típica de trabajo acumulado tras unas semanas de ausencia (en este caso, más montaña que nunca teniendo en cuenta que justo un día antes de mis vacaciones despidieron a la chica que me sustituía).

Pero no contenta con ese pico de trabajo que es tradicional por estas fechas, se me sumaron 11 concursos públicos que la Junta ha tenido a bien convocar todos ellos a la vez y en este bonito mes en el que vivimos.

Por supuesto, esto hizo que la supuesta «depresión postvacacional» que todos sufrimos a la vuelta desapareciese de inmediato. No tenía tiempo ni siquiera para pensar en ello.

A todo esto, tengo que añadir la presión de un viaje a Berlín programado para el día 7 de Septiembre. Con el billete en la mano y las ganas de ir en la cabeza, las opciones eran dos: resignarme a perder el billete y no ver a mis amigas o «matarme» literalmente a trabajar durante dos semanas para poder dejarlo todo listo e irme tranquilamente a la maravillosa Alemania.

¿Resultado? Para todo aquel que me conozca, creo que es bastante obvio. Me he matado a trabajar durante dos semanas y el viernes cojo mi maleta y me voy durante 5 días a Berlín.

Desde el sábado, no he descansado ni 5 minutos, he dormido poco, mal comido, madrugado y me he pasado en la oficina unas 16 horas diarias. Pero ahora llega la recompensa: 5 días en Berlín, disfrutando de la ciudad, del hogar-dulce-hogar de Rosa y de la compañía de dos de mis grandes rhumanas: Nata e Irene (una pena que el resto no pueda venir, pero seguro que pronto organizamos otra cosa).

Este embarazo de concursos acelerado ha sido una pesadilla, pero ahora la recuperación postparto será grandiosa en Berlín.

PD Gracias a los que me habéis soportado estos días. Perdón a los que he desatendido (mejor dicho, no he hecho ni puñetero caso) con tanto estrés.

EN TIERRA DE RIBEIRO, PULPO Y MEIGAS – PARTE I

He repetido en varias ocasiones que la semana que hemos pasado en Galicia ha sido inigualable. Creo que a todo el «equipo de viaje» nos ha sorprendido gratamente esta espectacular tierra. Por mi parte, puedo asegurar que volveré; seguro que a ver lo que me he dejado atrás y probablemente a repetir lo ya visitado.

Hemos acertado con la ruta, gracias a los consejos de Diego (mil gracias) y a nuestras propias indagaciones. La idea la teníamos clara: comenzar desde la costa de Lugo e ir bajando hasta Baiona con la obligada entrada hasta Santiago de Compostela. Nos hemos saltado a conciencia la parte de la Toja, O Grove, San Xenxo… (por eso de evitar el Benidorm gallego) y hemos pospuesto para otra ocasión la Ribeira Sacra.

El viaje comenzó tempranito. Bueno, en realidad la noche antes de partir comenzamos con los preparativos de nuestro coche (maqueado a lo surfero con su huevo en lo alto), las tardanzas de Pilar, los olvidos de Jose… y todo lo de última hora. Nos levantamos temprano. A las 5:30 de la mañana pisábamos la carretera.Después de muchas horas de coche (siempre hay quien hubiera hecho el viaje en 5 horas, pero a nosotros nos llevó unas 11), pagos de peaje, intercambio de conductores, discusiones con Antonio y demás, llegamos a Ribadeo.

Paseamos por el casco antiguo, la plaza, el puerto, callejeamos un poco y nos fuimos a nuestro magnífico camping. Allí nos esperaban nuestras tiendas, linternas, el gas, la sartén y una fabulosa cena. Jose peló unos ajitos y entre los dos deleitamos al resto del grupo con un magnífico revuelto de habichuelas con jamón. Para que después digan que ir de camping no es estupendo. En el camping eran un poco ratas, la verdad sea dicha. Sólo diré que me cobrarón 50 cént. por cargarme las pilas de la cámara.

Al día siguiente nos esperaba la Playa de las Catedrales. Bueno, en realidad primero nos desayunamos una bandeja gigante de tostadas en un bar de paisanos para ir haciéndonos a las costumbres autóctonas. Pilar se tuvo que poner firme porque nuestro querido Jose no paraba de hablar con gente del trabajo. Pero solucionado eso, estábamos listos. ¿La playa? Un sitio increíble. Dicen que merece más la pena con marea baja para ver la playa desde abajo, pero las vistas a media mañana son geniales. Eso sí, ver romper las olas con tanta fuerza desde tan alto, da un poco de cague.

De ahí, nos fuimos a Viveiro. Un pueblo pesquero con un centro bastante bonito y un mirador fascinante, el Monte de San Roque desde donde se ve la ría. Nos dijeron que ahí celebraban una especie de romería a San Roque, pero por desgracia no la pillamos.

La siguiente parada fue Vicedo. Unas playas chulísimas, con el agua cristalina y donde empezamos a ver lo que iba a ser una tónica en todo galicia: el contraste del monte verde hasta la misma arena de la playa con el agua totalmente transparente y azul cielo.

Después comenzamos la tarde con Estaca de Bares, donde la altura también da bastante cague y continuamos con una visita al Cabo Ortegal.

Como penúltima parada, fuimos a San Andrés de Teixido. Un pueblo precioso en medio de montañas y a pie de playa desde donde se pueden ver los que dicen que son los acantilados más altos de Europa (después de los fiordos de Noruega, imagino).

Para terminar el día, cenamos en Betanzos. Nos dio pena llegar tan tarde, pero imposible hacerlo antes. Un pueblo con un casco histórico precioso. Ahí empezamos con el Ribeiro y el Albairiño.

Después de cenar, nos fuimos a Coruña. Aparcamos justo debajo del escenario de un gran Manu Carrasco al que ningún coruñés estaba haciendo caso mientras daba su concierto. A la 1 de la mañana, por el centro de la ciudad, rodeados de gente que iban de fiesta… ahí estábamos nosotros con pintas de camping y maletas al hombro, buscando nuestro hostal en el que nos esperaba una estupenda habitación cuádruple.