Peter Pan ya no vive aquí

La semana pasada fui al teatro. Este es uno de mis hobbies preferidos y hacía tiempo que no iba a ninguna obra. Nos habían hablado muy bien de la compañía de teatro musical «Niños Perdidos«. Actuaban en la Sala La Fundición y allí nos plantamos por el más que módico precio de 10 euros.

 

En «Peter Pan ya no vive aquí» se cuenta una historia actual, la historia de una mujer de hoy, una mujer fronteriza entre dos siglos, que ha vivido mucho en el siglo XX y a quien le queda también mucho por vivir en el siglo XXI.

Peter Pan ya no vive aquí es una tragicomedia. En ella se interpreta, se canta y se baila. La música se interpreta en directo. Los temas son originales o versiones de grandes canciones de musicales famosos. Una selección de canciones escogidas meticulosamente para expresar en cada momento de la acción sentimientos concretos.

Había estado antes en grandes musicales en Madrid, pero nunca en una comedia musical. En ésta, la preparación para una cita da pie a la revisión de los musicales de Broadway. La intimidad sentimental de la protagonista se desvela a través de la música en directo. Las emociones, contradicciones, miedos y alegrías nos muestran las barreras de la infancia, que no sabemos hasta dónde hemos atravesado.

Me lo pasé bomba. Estuve riendo desde el principio hasta el final de la obra. La música, los actores y todo el montaje estuvieron geniales. Nos gustó tanto que aprovechamos para sacar directamente las entradas para otra actuación. El 27 de marzo vamos a ver «Restaurant tú three», que también promete.

Viaje a Suiza (IV): Montreaux, Lausanne, Yverdon.

El cuarto día en tierras Suizas fue bastante movidito. Nos levantamos relinchando porque la noche anterior mi hermano y Coca-Colo nos habían cocinado una maravillosa carne de caballo para cenar. La carne es bastante cara en este país, así que hay que adaptarse a las ofertas de los supermercados y aquel día tocó comerse al equino.

El día amaneció lluvioso, nublado y frío (por primera vez desde nuestra llegada), lo que nos contrarió bastante. La primera parada era Montreux y el Castillo de Chillón (el mejor conservado de Europa), construido a orillas del Lago Leman y con alucinantes vistas a los alpes franceses.

Después de aguantar la lluvia en el coche, tuvimos suerte porque al llegar, aunque todavía caían algunas gotas, el día estaba despejado. Pudimos ver la impresionante imagen del castillo con el lago y las montañas de fondo.

La entrada nos salió muy barata gracias a que todavía somos jóvenes (ejem) y merece la pena entrar. La visita puede llevarte más de una hora según lo que quieras pararte en cada estancia. Está todo perfectamente conservado y, para mi gusto, lo mejor es asomarse a las ventanas para disfrutar el paisaje. Pasamos por salones, habitaciones, bodegas, baños, torres de defensa, torres de vigilancia, cuartos de armaduras, y hasta la antigua cárcel donde hay una placa que recuerda la estancia de Lord Byron y unos grilletes que atrajeron la atención de Coca-Colo.

Dimos un rápido paseo por el pueblo que, siendo sinceros, no nos gustó demasiado y pusimos rumbo a Lausanne.

Antes de llegar a Suiza, pensaba que a esta ciudad no tendríamos que dedicarle mucho tiempo. No se por qué pero tenía la idea de que era una ciudad pequeñita de paso en la que había poco más que el Comité Olímpico. Me equivoqué porque Lausanne me encantó. Por sus edificios, sus calles empinadas, sus rincones, su catedral, las vistas al lago, el castillo, las plazas que se esconden por el centro….

Llegamos al centro pasando por la estación de ferrocarril, un bonito edificio que es sólo un anticipo de los que vendrán después. Desembocamos en la plaza de St Francois donde vimos la Iglesia y los espectaculares edificios que hay a su espalda: si no me equivoco, el Hotel de la Ville y el Hotel de la Poste.

Desde ahí, empezamos a subir las empinadas calles en busca del centro. Tan sólo pasear y encontrarte con curiosos rincones es un placer. Llegamos a la Place de la Palud con su típica fuente. Nos dijeron que en verano se llena de terrazas, pero ahora sólo había gente paseando.

Paramos para comer y a continuación decidimos ir subiendo en dirección al castillo y la catedral. Pasamos por la Plaza Central y entramos en el Palais de Rumine, edificio precioso y que hoy contiene diversos museos. Entramos en una exposición que nos dejó boquiabiertos. No por buena, sino por surrealista. Quizás es que yo no entiendo el arte, pero sólo diré que una de las obras centrales era un cuadro en 3 espacios que mostraba a María Auxiliadora con diferentes parejas: Superman, CheGuevara y uno más que no recuerdo.

Ya nos esperaban el Castillo, la gran academia y la Catedral de Notre Dame en lo más alto de la ciudad. Aquí vivimos más anécdotas de esas que te suceden si viajas con el Coca Colo. En la plaza del castillo, nos encontramos con el acto de graduación de un grupo de policías. Había autoridades, gente importante…. Y nosotros tres. Como al niño le hacía ilusión hacerse una foto con uno de los premiados con la graduación policial, nos metimos en medio de la marabunta….. he aquí el resultado.

Después de eso, nos encontramos la catedral por fuera en obras. Nos costó encontrar la puerta de entrada. Menos mal que Coca Colo decidió entrar por un escondrijo y cuando nos dimos cuenta salió de allí hablando con un improvisado colega que resultó ser gallego de toda la vida y que era albañil en las obras de reforma del edificio.

Desde lo más alto, las vistas de la ciudad con el lago y las montañas nevadas al fondo es alucinante. Nos quedamos con esta imagen y volvimos a casa.

Todavía no habíamos visto Yverdon, y eso que llevábamos allí varios días. Es un pueblo pequeñito, pero un paseo por el centro no está de más. Como era de esperar, tiene castillo. Anduvimos por las típicas calles y decidimos por fin comprar chocolate para traer. De nuevo, otra anécdota de nuestro compi-viajero.

Entró en una tienda y descubrió que vendían cajas de bombones por 1 franco (menos de un euro) así que la compró. El problema fue que cuando salimos, se dio cuenta de que estaba caducada…. Volvimos y trifulca con la dueña del local… Ella, plantada en el mostrador con toda su cara, le decía que ¡qué esperaba por 1 franco! ¡que por supuesto que estaban caducados! Así que el tiró su franco y nos fuimos sin chocolate a comprarlo a otro sitio.

Se había acabado nuestro penúltimo día en Suiza. Pero al siguiente nos esperaba lo mejor: Interlaken.