Para nuestro último día en Suiza teníamos reservada la que al final resultó ser, como esperábamos, la mejor visita. Tuvimos que madrugar y ponernos en camino temprano ya que desde Yverdon tardábamos un ratito en llegar y queríamos exprimir el día al máximo.
Interlaken se encuentra en la parte alemana de Suiza, al este del país. Es un inmenso valle en medio de los alpes franceses coronado por los picos del Mönch, Eiger y el Jungfrau que alberga el glaciar Aletschgletscher. Las gigantescas montañas se levantan desde las orillas de los lagos Brienz y Thun y en un pequeño trozo de tierra entre los dos se sitúa el pueblo de Interlaken.
El paisaje es difícil de describir pero resulta impresionante verlo. Para mí uno de los parajes más bellos que he visto hasta ahora. Ver el lago, las montañas nevadas, el glaciar, las casas… todo en un golpe de vista, me alucinó.
Entramos por el Thun y decidimos ir hasta el centro en Interlaken Este. Subimos todo lo alto que pudimos para ver la montaña y porque nuestros dos acompañantes pretendían esquiar. El viento les fastidió el día porque las pistas estaban cerradas, así que se unieron a nuestra ruta. Paseamos un rato adentrándonos por un camino por la montaña y nos tiramos un poco de nieve. La vista del glaciar es impresionante. Después volvimos a bajar.
Teníamos dudas sobre si seguir subiendo hasta el pico más alto, el Jungfrau, para contemplar la que dicen es la mejor vista de Europa. La duda era simplemente económica, ya que hay que subir unos 6 kilómetros en un tren cremallera escalando la montaña y el mini-paseito cuesta 90 euros por barba.
Preguntamos y nos dijeron que con el viento que hacía y la niebla no estaba subiendo casi nadie porque no se veía absolutamente nada. Así que nos quedamos con las ganas… Creo que tendremos que volver algún día para verlo.
Empezamos a bordear los pueblecitos del lago por Grindellwald, Iseltwad y Boningen. Paramos a comer un rápido kebap y continuamos por Beatenberg, Spiez, Faulassee y Leissigen. Creo que los 4 estuvimos de acuerdo en el maravilloso paisaje. Muertos de cansancio y con la satisfacción de haber aprovechado nuestros días en Suiza, volvimos a casa. Nos dejábamos Zurich, Basilea y Lucerna por ver, pero había merecido la pena. Tendremos que volver.
Recuerdo cuál fue el primer cd que tuve de niña. Tendría entonces unos 11 años y, en ese momento, tener un cd con un discman para escuchar era toda una novedad en el cole. Mi primer cd me lo regaló mi padre y era una recopilación de esas de grandes éxitos que le había mandado un laboratorio farmacéutico. Ahí conocí a Edith Piaf.
Ayer decidí ver la película de Olivier Dahan «La Vie en Rose» en la que relata la vida de esta mujer. Me gustó por la espectacular interpretación de Marion Cotillard, quien ha ganado recientemente un óscar por el papel. Pero la historia me resultó escasa, mal contada, superficial y deja demasiadas cosas fuera o sin explicación. No relata la vida de la estrella, sino que da saltos por ella. Creo que alguien que no sepa nada de la vida de esta mujer, no entenderá muchas cosas al ver la cinta aunque sí le servirá para hacerse una ligera idea de lo que sufrió. Ahora el cuerpo me pide probar con algunas de las otras cintas que se han hecho sobre su vida para compensar el descalabro.
La vida de Edith fue un desastre desde el principio. Hay quien dice que nació bajo la farola de una calle. Hija de un contorsionista de circo y una frustrada y alcohólica cantante de calle, se crió con su abuela paterna que regentaba un prostíbulo en Normandía. Cuando su padre regresó de la guerra, ambos intentaron buscarse la vida con actuaciones ambulantes. Ahí fue donde la niña empezó a cantar.
En 1935, es descubierta en la calle por Louis Leplée, gerente de un cabaret de moda en París. La invita a presentarse con el nombre artístico de la niña Gorrión («la Môme Piaf») debido a que era de pequeña estatura y cantaba como un gorrión, con una voz espléndida. Su presentación fue un éxito.
Comienza un ascenso que pronto se ve frenado por el asesinato de Leplée. Esto revela que él formaba parte de los bajos fondos del barrio parisino de Pigalle, lo que precipita a Edith al centro del escándalo y el linchamiento mediático, y la envía nuevamente a la calle y los pequeños cabarets miserables.
A partir de ahí, sigue ascendiendo y cantará en algunos de los mejores teatros como el Music-Hall. En 1948, mientras está en una gira triunfal por Nueva York, vive la historia de amor más grande de su vida con un boxeador francés de origen argelino, Marcel Cerdan, quien murió después en un accidente de avión en el vuelo de París a Nueva York en el que viajaba para encontrarse con ella.
Abatida por el sufrimiento, Piaf se vuelve adicta a la morfina. Se convierte también en una especie de icono parisino y en la musa de los existencialistas. En la década de 1950, era famosa en muchos países. El público norteamericano la consagró en 1956 en el Carnegie Hall de Nueva York, al que regresó con frecuencia, tras iniciar ese mismo año una cura de desintoxicación.
En 1959, Édith se desploma en escena durante una gira en Nueva York. Tuvo que soportar numerosas operaciones quirúrgicas y volvió a París en un penoso estado de salud.
En 1961, ofrece una serie de conciertos, tal vez los más memorables y emotivos de su carrera, en el Olympia de París, local que estaba bajo amenaza de desaparecer por problemas financieros. Es en ése, su salón de espectáculos favorito, donde interpreta la canción «No, no me arrepiento de nada», canción que, compuesta para ella por Charles Dumont, se adapta perfectamente a su persona. Con ello salva al Olympia.
A esas alturas, estaba muy enferma para tenerse en pie, y se mueve y canta sólo con importantes dosis de morfina.
El 10 de octubre de 1963, fallece en Plascassier a los 47 años de edad, desgastada por los abusos de la vida, la morfina y muchos sufrimientos.
En la película, casi nada sobre sus numerosos romances, muestra poco de su adicción por la morfina y menos aún de las operaciones quirúrgicas. Sólo muestra la caída de una Edith genial hasta una Edith enferma y casi sin fuerzas. Pero no se explican bien los pasos y los por qués de la caída; sólo se vislumbran. Eso sí, Marion hace un papel alucinante. Algunas veces me pareció estar viendo a la propia Edith en grabaciones.