Teatro: «C’est la vie. El principio … muy duro»

Me encanta que me hagan reir. Si encima es con cosas cotidianas, me gusta especialmente. Por eso anoche disfruté en el teatro como una enana. Había pasado bastante tiempo desde la última vez que vi una obra, así que las ganas también eran enormes. El verano de por medio y el parón en los teatros, han sido la causa. Pero ahora ya estamos en forma de nuevo.

Fuimos de nuevo a la Sala La Fundición. Últimamente soy una asidua a estas salas pequeñitas de Sevilla donde se hacen cosas muy buenas. En principio la idea era ir al teatro Central a Cinco horas sin Mario, pero nos quedamos sin entradas.

Una comedia con un guión ingenioso muy de aquí. Una historia enormemente sencilla. Una sola actriz sobre el escenario. Un decorado escaso (apenas una mesa, una silla, un biombo, una percha y unos peluches). Y muchas risas de esas que hacen que se te salten las lágrimas.

Aparece en escena una niña de 9 años, Irenita, con un tremendo vestido rosa de princesita. Llora sin parar y protesta contra una madre a la que no soporta, entre otras cosas, porque sigue poniéndole vestidos que odia.

A partir de ahí, se encierra en su habitación y se dedica a hacer lo que cualquier niño: dar rienda suelta a una imaginación desbordante cuando nadie la ve. Canta entregada para un público inexistente y saluda, se disfraza, se imagina su futuro, elige profesiones, inventa conversaciones, se ve como una famosa importante, interpreta personajes, baila, imita …

Lo dicho. Una historia común pero que hace reir. Y encima con una sola persona en el escenario. Rocío no paró de reirse y, en más de una ocasión, porque se veía totalmente reflejada en la conversación y las actuaciones de  Irenita.

Si os apetece reir un poco, podéis verla hasta el sábado.

Mi rizo de pensar

Hace más o menos 8 años que adquirí una manía de la que ahora me está siendo muy difícil librarme. Era yo una pipiola con 17 añitos cuando me fui a Madrid para convertirme en periodista. Cuando empecé a estudiar en la biblioteca, cogí por costumbre tocarme el pelo mientras me concentraba leyendo los apuntes o memorizando alguna cosa.

Empezó siengo algo sin importancia. Siempre que estudio suelo tener el pelo recogido, así que mi entretenimiento era sacarme un mechón fuera de la coleta y empezar a jugar con él entre mis dedos. Liar, desliar; liar, desliar…

Como digo, al principio era algo sin relevancia. Pero poco a poco me di cuenta de que lo de tocarme el pelo conseguía relajarme y concentrarme, y extendí la costumbre a muchos otros momentos. Mientras escuchaba en clase, leía el periódico, charlaba de algo importante con una amiga, iba pensativa en el metro, veía una película…. yo erre que erre con el pelito.

Sin darme cuenta, lo de tocarme el rizo se convirtió en una costumbre que no puedo evitar cada vez que hago algo en lo que pongo toda mi atención. Conociéndome como me conoce, mi amiga Nata (compañera de habitación por entonces en el colegio mayor) lo bautizó como el rizo de pensar. La ecuación no fallaba: Ana pensando en algo = Ana tocándose el mechón de pelo.

Y ¿por qué cuento a estas alturas todo esto? Pues porque se ha convertido en algo que empieza a atormentarme. Intento evitar la costumbre porque me parece un gesto feo pero, en cuanto me descuido, me descubro a mí misma con mi dedo dando vueltas al maldito rizo.

He decidido que esto tiene que acabarse. Más que nada porque he adquirido tanto vicio con mi dedo índice en liar y desliar que me hago verdaderos nudos.

Voy a hacer un tremendo esfuerzo así que, por favor, cuando me vean tocándome el rizo de pensar, griten, háblenme o ¡digan algo! Ahora lo que me preocupa es que sin mi rizo ¿seré capaz de seguir pensando?