Me encanta que me hagan reir. Si encima es con cosas cotidianas, me gusta especialmente. Por eso anoche disfruté en el teatro como una enana. Había pasado bastante tiempo desde la última vez que vi una obra, así que las ganas también eran enormes. El verano de por medio y el parón en los teatros, han sido la causa. Pero ahora ya estamos en forma de nuevo.
Fuimos de nuevo a la Sala La Fundición. Últimamente soy una asidua a estas salas pequeñitas de Sevilla donde se hacen cosas muy buenas. En principio la idea era ir al teatro Central a Cinco horas sin Mario, pero nos quedamos sin entradas.
Una comedia con un guión ingenioso muy de aquí. Una historia enormemente sencilla. Una sola actriz sobre el escenario. Un decorado escaso (apenas una mesa, una silla, un biombo, una percha y unos peluches). Y muchas risas de esas que hacen que se te salten las lágrimas.
Aparece en escena una niña de 9 años, Irenita, con un tremendo vestido rosa de princesita. Llora sin parar y protesta contra una madre a la que no soporta, entre otras cosas, porque sigue poniéndole vestidos que odia.
A partir de ahí, se encierra en su habitación y se dedica a hacer lo que cualquier niño: dar rienda suelta a una imaginación desbordante cuando nadie la ve. Canta entregada para un público inexistente y saluda, se disfraza, se imagina su futuro, elige profesiones, inventa conversaciones, se ve como una famosa importante, interpreta personajes, baila, imita …
Lo dicho. Una historia común pero que hace reir. Y encima con una sola persona en el escenario. Rocío no paró de reirse y, en más de una ocasión, porque se veía totalmente reflejada en la conversación y las actuaciones de Irenita.
Si os apetece reir un poco, podéis verla hasta el sábado.