Se fue cuando todavía lo necesitábamos. Nos quedaron muchas cosas en el tintero. Cosas que decirle, cosas que agradecerle, cosas que recordarle… Se fue nuestro regordete y «pequeño» gran hombre.
Se fue cuando todavía no lo esperábamos. Pensamos que era uno de esos arrechuchos que pasaba con frecuencia y de los que se reponía con cierta facilidad gracias a la botella de oxígeno que lo acompañaba por las noches.
Se fue y ya lo estamos echando de menos. Con él se han ido infinidad de cosas. Se acabó el hacerle rabiar sentándome en su intocable butaca roja; se acabó el decirle que baje el volumen de la tele porque se va a quedar sordo; se acabó el esperar a que cogiera el primer trozo de queso del plato puesto en la mesa; se acabó hacerlo rabiar amenazando con comernos su plato de natillas; se acabó verle la sonrisa cuando le llevabas churros o cualquier otro dulce; se acabó meternos en su oficina para teclear a lo loco en su máquina de escribir o robarle los bolígrafos que tenía contados; se acabó que nos riña porque le hemos tocado sus papeles; se acabó que proteste porque la comida está dura y no la puede masticar o porque el plato no esté listo justo a las 14’30 horas…
Se acabó el verlo en las mediodías de verano en camiseta interior con el ventilador cerca mientras veía los toros; se acabó preguntarle por el Betis; se acabó escucharlo hablar de Semana Santa, del señor del Santo, de Apamys o de las fiestas de la Navahermosa; se acabó verlo ponerse rojo al discutir y soltar un «dejadme que me explique ¡¡coooooño!!»; se acabó escuchar sus quejas cuando algo no se hace a su manera siguiendo estrictas instrucciones; se acabó reirnos mientras duerme la siesta y se le sale la dentadura; se acabó meternos con sus tremendos ronquidos u odiarle cuando (sonriendo con sarcasmo) levanta la pierna estratégicamente para dejar salir sus olorosos y sonoros gases; se acabó que nos riña porque no lo llamamos mucho; se acabó que nos diga que tenemos que quedar más en familia….
Se acabaron algunas cosas especialmente. Se acabó entrar en su casa gritando y escucharle siempre la misma frase: «Eaaaaaaa ya está la loca aquí»; se acabó que en nochebuena me pida que le cante «Yo pobre gitanilla»; se acabó que en Semana Santa me recuerde que algún año, antes o después, tendré que vestirme de Verónica para que me vea…
Se fue pero tenía previsto hasta el día. Día de San Sebastián y lo despidieron en su Ermita del Santo las imágenes de su Hermandad de los negros, con marchas de fondo y su bufanda del betis al cuello.
Se va el gallo del corral -por algo lo llamaban Manolito el Pollo y a todos los demás nos adjudicaron el mismo mote- pero deja a su gallina al mando del resto del gallinero.
Nos deja la fabulosa lección de una vida entera aprovechada, luchada y ofrecida a los demás. Nos deja la herencia de una familia que ha sabido quererlo y quererse en todo momento. Nos deja el ejemplo de un resumen de vida que muchos querrían para sí al llegar al final.
Tuvimos el placer de disfrutarlo muchos años y ahora nos toca seguir disfrutándonos tal y como él nos enseñó.
A mi abuelo Manolito.