¿Conocéis Uber? Seguro que sí. Por si hay algún despistado, os lo explico brevemente. Uber es una app móvil que pone en contacto a personas que necesitan trasladarse a algún sitio con conductores dispuestos a llevarlos en su coche privado por el precio que ambos acuerden. La polémica ha venido cuando se han enterado de esto los taxistas. De hecho, muchos han apodado a Uber como el peor enemigo de los taxis.
La razón es clara: son más baratos, funcionan bien y te dan el mismo servicio. Pero claro… no tienen licencia para operar y se mueven en la alegalidad del consumo colaborativo que de momento no se sabe cómo terminará.
A mí me parece un ejemplo más de una industria que no sabe ni quiere adaptarse a los nuevos tiempos; y en lugar de renovarse ofreciendo un mejor servicio gracias a lo que la tecnología le permite, pilla una pataleta y se limita a protestar para que otros hagan algo.
Pero no quiero hablar de eso. Otros ya lo han analizado mejor que yo. Os quería hablar de lo que le ha pasado a Uber en Barcelona y de la lección de reputación digital que debemos aprender.
Esta mañana en el trabajo y casi por casualidad, hemos visto que había dos cuentas idénticas de twitter con el usuario @Uber_Barcelona. Fijaos que ambas tenían la misma foto de perfil, misma cabecera…
Sólo cambia la descripción y vemos que efectivamente sólo una de las dos es una cuenta verificada. Sabemos que twitter no permite que haya dos cuentas con el mismo nombre de usuario pero no somos capaces de ver qué es lo que falla.
De repente lo pensamos y… ¡damos en el clavo! La cuenta falsa sustituye la «ele minúscula» de @Uber_Barcelona por una «i mayúscula» y con la tipografía que usa twitter ni te enteras… ¿Resultado? Tienes dos usuarios distintos pero que parecen el mismo. @Uber_Barcelona y @Uber_BarceIona (cuenta ya suprimida) ¿eres capaz de distinguirlo?
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