Hotel «La Casona de Calderón» en Osuna

Aviso previo. Éste es uno de eso posts que una escribe en un momento de «berrinche» simplemente para canalizar el cabreo que tiene. No me hagan caso… o sí… según vean.

Este fin de semana estuvimos en Osuna visitando lugares enormemente interesantes. Habíamos reservado habitaciones en el hotel rural Casona de Calderón. He de admitir que el hotel es acogedor, agradable y limpio, tal y como se muestra en la web, y además a un buen precio. Habitaciones amplias y personal más que amable. El problema empieza cuando llegas destrozado de un día de turismo y pretendes dormir.

Cenas, subes a la habitación, te lavas los dientes y te tumbas en la cama. Cuando apagas el televisor que has tenido haciendo ruido de fondo, descubres el verdadero problema al que te vas a enfrentar. Amigo, no vas a poder pegar ojo hasta las 4 de la mañana. Salvo que hayas tenido la suerte de alojarte en una de las habitaciones que dan al patio, la noche transcurrirá tal como lo oyes.

Has tenido la puntería de elegir un hotel ubicado justo al lado de un concurrido bar de copas. Hasta las 3.30 horas de la madrugada te acompañará en la oscuridad de la noche el «tum tum pa» de los que están ligando justo a unos centímetros de tu cabeza; sólo una fila de ladrillos te separan de él. Ya que estás, incluso podrías pedirle que te subiera un gin tonic para que el rato pase de manera más agradable.

La cosa empeora si, por aquello de viajar con un grupo impar, has decidido convertir una habitación para 2 en una habitación para 3 con una cama supletoria. Aunque hayas insistido al hotel en que es una cama para una persona adulta buscando que te asegurasen que dormirías bien, te encuentras con una camita que deja tus pies colgando en el aire. Lo peor es que te cobran por este catre el mismo precio que por las camas en las que están durmiendo tus dos compañeros de ruta.

Con este cabreo encima, una baja a recepción y presenta su queja. «Mire Usted, aquí es imposible dormir… no sólo porque la cama sea como para ricitos de oro sino porque tengo al pinchadiscos sentado sobre mi almohada». Como respuesta, al menos, una disculpa con buena intención.

Unas horas más tarde, bajo a desayunar y se me ha pasado el cabreo. Recogemos las maletas y bajamos a pagar antes de irnos. Cuando nos dan la factura, observo que no nos están cobrando la cama supletoria. Interpreto un gesto de buena voluntad para con el cliente que honra al establecimiento. «Bueno, nos han puesto una mierda de cama y hemos dormido en mitad de una discoteca, pero han tenido el gesto de no cobrárnosla».

Contentos, a pesar de todo, volvemos a casa. Sin embargo, aún nos espera una sorpresa. Hoy por la mañana veo que me han cargado el coste de la cama supletoria en la tarjeta de crédito. A pesar de que la factura que me pasaron en el hotel quedó abonada; a pesar de que nadie me pidió autorización previa para ejecutar tal cargo…

Me pongo en contacto con el hotel. Surrealista respuesta. Me han pasado el cargo después de enviarme una factura «que debe haberle llegado por correo electrónico». Sin embargo, no he recibido tal documento. Discuto con ellos y al final lo único que hacen es quedar en que me mandarán la factura correspondiente y que puedo proceder a poner la hoja de reclamación que considere.

Mientras tanto, por supuesto, he entrado en los foros en los que piden que valoremos nuestra estancia. Casualmente, después de enviar mi crítica dos veces, cuando pasan unos minutos se borran de la web… ¿Serán fantasmas?

Actualización 13:05 horas. El hotel ya me ha enviado la factura rectificada. Entiendo que con esta comunicación y el pago por mi parte de todos los servicios disfrutados, quedo en paz con ellos. No obstante, entiendo también que estoy en mi derecho a expresar mi malestar, a pesar de que ellos me digan que «estamos en nuestro derecho para reclamar cuantas acciones legales por difamación estimemos oportunas».

«Cuando yo era…» Eva Yerbabuena

Dolor. Tragedia. Drama. Lucha. Muerte. Eva Yerbabuena había prometido al público de la Bienal de Sevilla un espectáculo en el que bailaba a los recuerdos de su infancia, bailaba a su vida y nos lo enseñaba. Dice que tiene grabado en la memoria que a su bisabuelo un día se lo llevaron y nunca más volvió a verlo. La guerra civil marcó su vida. Nació en Frankfurt, como tantos otros expatriados, aunque su familia es de Granada. Anoche nos enseñó los fantasmas de su pasado, unos fantasmas de guerra. De una guerra que todavía sigue con muchas otras formas y matices, pero que no deja de estar presente.

Por eso el espectáculo fue frío. Un baile íntimo, melancólico, preocupado, recogido, distante. Se respiraba en todo. Vestuario, escenografía, música. Dicen que Eva quería reinventarse. Es cierto que no encontramos a la Eva de ondas en el pelo y batas de cola, pero nos esperaba una Eva de soberbia presencia escénica.

Eva volvió a ser la de siempre. Unos brazos, muñecas y hombros que dibujan líneas sobre el escenario en un cuerpo que engrandece cada uno de sus movimientos.

Le gusta lo contemporáneo y lo usa. A mí no es algo que me moleste. Al contrario, me gusta porque sabe cómo hacerlo sin que quede inconexo con el espectáculo. Es cierto que hubo partes en las que no llegué a captar qué quería transmitirnos, pero justo cuando me despistaba, aparecía fuerte en el escenario para recordanos que ella estaba allí y lo enderazaba llamando a tus ojos que no podían sino ir irremediablemente hacia sus brazos al compás de sus tacones.

Hubo varios momentos cumbres. El baile de un payaso que mezcla el estilo del mismísimo Charlot con flamenco ataviado con gorrito y nariz roja sobre la bulería de Bambino; dos hombres convertidos en auténticos gallos de pelea que se transforman en el escenario al ritmo de los cascabeles que mueven en sus extremidades; o la figura perfecta de la artista con mantón bordado sobre impecable traje rojo en medio del negro del escenario.

Lo mejor fue la parte en la que Eva se puso de fiesta. Empezaba una flamenca cómica con tremenda gracia en medio de una escena de feria, seguida de un gitano presumido y terminaba una Eva enlazando bulerías, tangos y rumbas.

Aunque el conjunto fue sencillamente genial, el espectáculo a la mayoría se nos quedó corto. Poco más de 1 hora en la que se echó de menos ver a la Yerbabuena más tiempo sobre el escenario y un final ligero e inesperado que despistó a casi todos.

Es indudable que cuando aparecía lo hacía dando el 100%, pero a mí sólo me dio un par de momentos de esos de pellizco en el estómago y de soltar un «¡toma, ahí lo llevas!» cuando terminaba de bailar. Quizás por eso comparto que bailó como sólo ella sabe, pero no fue la Yerbabuena que me enamoró hace años.

Foto: ABC