Libros que leer antes de viajar a Perú (I): «Lituma en los Andes» Mario Vargas Llosa

Libro Lituma en los Andes

Si vas a viajar a Perú y no sabes nada sobre Sendero Luminoso, la vida en las montañas de Perú, el drama guerrillero y las tradiciones de sacrificios y supersticiones heredadas de los incas, querrás leer este libro de Mario Vargas Llosa antes de viajar a Perú.

«Lituma en los Andes» habla de todos esos temas usando como excusa la estancia del sargento Lituma en Naccos, una pequeña población en mitad de los Andes donde los habitantes intentan construir una carretera que atraviese parte de la cordillera y sobreviven bajo la amenaza de los asaltos de los guerrilleros comunistas de Sendero Luminoso.

En otro tiempo Naccos fue un buen sitio para vivir. Pero ahora es más bien una ruina donde sólo quedan los que trabajan en la mina Santa Rita. Poco rastro hay ya de la comunidad campesina que vivió allí y que llenaba las calles de comerciantes de todas partes, comprando y vendiendo llamas, aplacas, lana, maíz, cebada, quinua, sombreros o incluso lámparas.

Ahora la muerte le ha llegado a este pequeño rincón en el mundo donde ya nada sirve. Y Vargas Llosa utiliza esa decadencia para contarnos a través de estos personajes la vida en aldeas andinas en las que no sucede nada más que la rutina y donde sólo prevalecen el miedo a la guerrilla y las tradiciones incas que hablan hasta de sacrificios humanos para los dioses de la naturaleza.

ARGUMENTO

Lituma en los Andes cuenta la historia del cabo Lituma, quien, junto con su compañero, el guardia Tomás Carreño, llamado también “Tomasito” o «Carreñito» (ambos pertenecientes a la Guardia Civil), es destinado para servir en un puesto olvidado en Naccos, un pueblito de la sierra central del Perú, en medio de la guerra desatada por el grupo terrorista Sendero Luminoso. Allí se dedican a investigar la misteriosa desaparición de tres personas: el mudito Pedro Tinoco, el albino Casimiro Huarcaya y el capataz de la obra de carretera, Demetrio Chanca.

Esta investigación la realizan bajo la amenaza constante de los senderistas (autodenominados “guerrilleros”), quienes tratan de oponerse al sistema y al gobierno por medios extremadamente violentos y crueles. Las pesquisas de los dos protagonistas sacan a la luz extrañas y lúgubres leyendas andinas en torno al llamado pishtaco, especie singular de asesino que extrae la grasa a los hombres y practica el canibalismo, y a quien se le acusa de las desapariciones.

Sin embargo, Lituma se muestra escéptico y conjetura que los senderistas son los responsables de dichas desapariciones. Pero uno de los barreneros o peones de la carretera confiesa finalmente que los tres desaparecidos habían sido sacrificados a los apus, las deidades tutelares de las montañas, según la cosmovisión andina.

 

13 COSAS QUE HE APRENDIDO VIVIENDO 3 AÑOS Y 3 MESES EN BARCELONA

Voy sentada en el AVE. Acabo de despedirme de Barcelona y de toda la gente que he conocido ahí en estos más de 3 años. La última semana me ha costado mucho emocionalmente. Y me ha sorprendido que haya sido así.

Vine a Barcelona el 6 de febrero de 2014 (y la ciudad me recibía exactamente como en la foto) enfadada por tener que vivir aquí. Me voy con amigos y muchas experiencias en la mochila.

Escribo esto no para vosotros, sino para mi misma. Porque siempre está bien pararse a pensar qué has aprendido en una etapa antes de empezar la siguiente. Tengo 3 horas de tren para hacerlo así que vamos allá 😉 

1. No podía permitirme ser vergonzosa ni perezosa

Llegué a Barcelona con pocas ganas, muy pocas ganas. Hacía pocos meses que había vuelto de vivir feliz en Dublín y estaba buscando trabajo en Madrid. En el camino se me fastidiaron los planes y el trabajo salió sin buscarlo en Barcelona. El proyecto molaba, así que hice las maletas y me fui. 

Pero como decía, lo hice con poquísimas ganas. Era una ciudad en la que nunca me había planteado vivir y, en principio, no tenía noticias de que nadie conocido viviera allí, así que me daba muchísima pereza. 

Encima llegas y te encuentras con la mala noticia: Barcelona es una ciudad complicada en la que cuesta empezar a sentirse bien. Si no conoces prácticamente a nadie y tienes que montar tu vida desde cero, estarás fastidiado unos meses. Vale, los tópicos no molan pero… hay uno al que puedes hacer caso: los catalanes son cerrados. Cuesta entrar en sus círculos. Muuuuuuuucho. Pero ¡también hay buenas noticias! Una vez que entres, serás uno más. 

Me prohibí dos cosas: la vergüenza y la pereza. Si quería tener planes, tenía que salir a la calle. Me apunté a decenas de actividades donde no conocía a nadie, le eché morro, machaqué el teléfono de los pocos a los que iba conociendo y era una máquina de proponer planes sin parar… porque de cada 10 que proponía al principio, sólo uno salía adelante. Decidí empezar por gente no-catalana. Así era más fácil encontrar a los que estaban tan solos como yo y, poco a poco, me iba montando mini-grupos con los que ir al cine, al teatro, de brunch, a la montaña, a hablar inglés… 

2. Sentirse a gusto en una ciudad nueva lleva su tiempo, pero se consigue

Ésta es una de las grandes lecciones que he aprendido. No importa cuánto cueste al principio; si te esfuerzas, al final te haces con un hueco en cualquier lugar del mundo. Porque tú acabas adaptándote un poquito a él y logras que él se adapte también a ti. 

Mis primeros meses fueron catastróficos. Tanto que estuve a punto de volverme. Yo… que pensaba que después de haber vivido en Madrid y Dublín tendría fácil adaptarme a cualquier ciudad nueva. Sin embargo, ahora conservo amigos de mis dos trabajos, de clases de inglés, de los comilones y bebedores de Yelp, he estado rodeada de catalanes en la Coral y me llevo en el bolsillo a muchos conocidos de la banda de música. 

Ya tengo la suerte de vivir con esa tranquilidad. Se que podría adaptarme a vivir en cualquier lugar del mundo. En todos echaría algo de menos, pero en todos también aprendería a amar algo diferente. 

3. He crecido y me he conocido más y mejor

He pasado mucho tiempo sola. Por eso fue importante darme cuenta de que tenía que aprender a hacer cosas conmigo misma: pasear, ir al cine, visitar un museo, salir a tomarme un café y una buena tarta, buscar un parque para leer, encontrar mis rincones favoritos para volver cada cierto tiempo… Y aprovechar la ocasión para pensar, analizarme y conocerme. Incluso se me abrió la mente tanto que acabé aprendiendo que un psicólogo puede ser la mejor guía para entenderte y soportarte. 

Ahora se mucho mejor quién soy. He crecido. He corregido cosas que descubrí que no me gustaban. He potenciado las que me parece que me hacen mejor persona. Soy más fuerte y más segura que antes. Y, sin ser pretenciosa, me siento más familiar, más cercana a mis amigos, más simpática y más divertida.  Y todo eso es muy bueno. 

4. He soltado lastre. Y se han recolocado prioridades, aficiones, amigos…

Estar lejos de muchas cosas que antes tenías por inercia y sin tener que esforzarte nada te ayuda a ver las cosas mejor. De manera natural me he dado cuenta de quién estaba, está y estará siempre cerca. Pero también he descubierto quién era accesorio. Se quién me llamará por teléfono cuando necesite algo y a quién molestaré cuando me haga falta sin importarme la hora. 

He clasificado a familiares, amigos y conocidos. Sé qué esperar de cada uno y qué dar a cada uno. Y me ha pasado lo mismo con el tiempo libre. Abandoné cosas que hacía pero que en realidad no disfrutaba. Retomé otras que tenías olvidadas y que, aunque no me acordaba, echaba de menos. Y descubrí otras nuevas ni siquiera sabía que existían. 

5. Me ha tocado esforzarme

Adaptarte se consigue. Pero no es gratis. Ya lo he dicho más arriba. Barcelona te obliga a trabajar para estar bien. Di adiós a la pereza y a la vergüenza. Pero cuando lo consigues ¡mola mucho saber que has sido capaz de hacerlo!

6. He tenido que sacar mi lado camaleónico

No he dicho que no a nada (las proposiciones indecentes o ilegales no cuentan). Me he adaptado, he probado y he hecho todo lo que me han propuesto. Una ciudad nueva es el momento perfecto para ir a todas partes. 

Si algo no te gusta, ya tendrás tiempo de decidir que no quieres repetir. Pero cuanto más pruebes, a más gente conocerás. Y de todas las personas a las que conozcas, al final podrás quedarte con las que de verdad te gusten. Si no lo haces y te limitas a conocer sólo a los que te lo ponen fácil, te estarás perdiendo gran parte de la experiencia. 

7. Lo familiar y rutinario se echa siempre de menos

Echas de menos muchas cosas. Un café improvisado con amigos. Un domingo de tirarte en el sofá con tus primos y cotillear. Un día de echarle morro e ir a casa de tu madre a comer y llevarte el tupper para el día siguiente…. 

Cuando estás lejos, pasar un fin de semana de visita entre familia y amigos sin ningún plan especial más allá de que te dediquen su tiempo ya te parece un gran plan. Y al final te darás cuenta de que siempre acabas repartiendo tu tiempo con casi la misma gente, porque has soltado lastre y te centras en los importantes. Vale, siempre te falta tiempo para ver a alguien importante… pero esos lo entienden y te perdonan. 

8. Y descubres qué es accesorio

Ni más ni menos que lo que no echas de menos o no necesitas en 3 años fuera. Si estando aquí no he dicho “lo necesito”, es que no era tan imprescindible

9. Los tópicos son una mierda, aunque en buena parte son ciertos. Supéralos. Cuanto antes te olvides de ellos, antes te adaptarás. 

Los catalanes son cerrados. Cuesta acercarse a ellos. Cuesta que te hagan caso. Cuesta que te incluyan en sus planes.

Un catalán por definición no improvisa. Si quieres tomarte una cerveza con uno, no esperes que responda que sí sobre la marcha. Planifícalo. Dile un par de días antes (o incluso semanas) que te apetece quedar. 

Los domingos suelen pasar el día con sus familias, o al menos ésa es mi experiencia. Si el domingo quieres tener planes, procura no hacerlos con un catalán. Es bastante probable que vaya a comer a casa de sus padres o a casa de sus suegros. 

Estos son sólo dos ejemplos tontos. Pero aceptar que los catalanes eran de otra forma fue la clave para conocerlos y adaptarme para disfrutarlos. Y una vez que lo logras, descubres la buena gente que hay ahí. Porque de eso sí que no vais a convencerme. En 3 años me he cruzado con decenas de personas maravillosas y tan sólo con un catalán idiota que cumple todos los tópicos absurdos que muchos tenéis en la cabeza. 

Eso sí… no me quedé sólo en los catalanes. Una de las mejores cosas de Barcelona es la cantidad de gente de fuera con ganas de compartir cervezas, vermús y bravas que hay. En este tiempo yo he conocido a asturianos, gallegos, argentinos, franceses, alemanes, holandeses, maños, extremeños, andaluces (¡cómo no!), valencianos, irlandeses….

De todos aprendí algo y encontré el balance. La mejor amiga que me llevo en el bolsillo es vasca (Barakaldo, para más señas) y otra persona muy especial a la que también le dejé un trocito de mi allí es catalana.  

10. Las ciudades con mar molan

Para mi, que no soy especialmente amante del mar ni la playa, éste ha sido otro gran descubrimiento. Una ciudad con mar mola mucho. Para pasear, para ir a comer, para ir a que te de el viento en la cara, para escaparte a un pueblo costero un fin de semana… 

11. Pero tener a la familia y amigos lejos mola cada vez menos

Te dejan triste sobre todo tres cosas: 1) Los sobrinos pequeños que van creciendo sin que tú estés en su día a día perdiéndote cosas preciosas 2) Las abuelas que se van haciendo mayores y a las que ves envejecer en la distancia 3) Los momentos que son duros para tu familia y en los que tú no puedes ayudar o sencillamente estar presente porque tu trabajo está a más de 1000 kilómetros de distancia. 

12. Por mucho que te costase venir, te costará más aún despedirte

Al llegar, lloré mucho por no adaptarme a Barcelona. Ahora que me vuelvo he llorado todavía más. No es malo. Es normal. Es una ciudad que me costó mucho al principio. Pero donde he conocido a gente fenomenal, he hecho amigos, he descubierto rincones… Es una ciudad que he disfrutado mucho. Y de lo que uno disfruta siempre cuesta despedirse. 

13. El trabajo para mi es importante y, de momento, lo que me divierto y lo que aprendo compensa los esfuerzos que tengo que hacer

Nadie me ha obligado a estar aquí este tiempo. Igual que nadie me ha obligado a venirme a Madrid. Lo he hecho porque quería y porque decidí que era bueno para mi en lo profesional, aunque lo personal tirase por otros derroteros. 

Y aún así ha compensado. Porque compruebo una vez más que todo lo que disfruto en mi tiempo libre lo hago gracias a que dedico mi tiempo en el trabajo a cosas que me llenan y que me hacen aprender, esforzarme y superarme cada día. Y descubrir esto también es importante porque ¿quién sabe? Si hubiera llegado a otra conclusión, quizás ahora no estaría escribiendo esto. 

¿Y ahora qué?

Ahora toca empezar una nueva etapa muy apasionante. Disfrutar de un trabajo que tiene pinta de que va a molar mucho y re-enamorarme de una ciudad donde pasé 8 años estupendos. 

Los de Barcelona, venid de visita e invitadme a vuestras casas para hacer escapadas de fin de semana.

Los de Madrid, proponedme planes y sacadme de paseo que no quiero tener que escribir otro post como éste dentro de unos años diciendo que me costó mucho empezar a vivir aquí 😉