El Día de los Santos Inocentes es la conmemoración de un episodio histórico del cristianismo: la matanza de todos los niños menores de dos años nacidos en Belén, ordenada por el rey Herodes con el fin de deshacerse del recién nacido Jesús de Nazaret. Se les llama Santos Inocentes porque al morir en una edad tan temprana era imposible que hubieran pecado.
En la Edad Media esta celebración dio un gir. Los monaguillos y niños de la época comenzaron a celebrar el día con bromas y juegos.
Ayer se me pasó el día de los santos inocentes. No se si porque volvía a Sevilla después de unos días en casa, por el mal tiempo o por el cansancio. La cuestión es que se me pasó.
Sinceramente, tampoco es nada importante. No debo ser buena en eso de dar bromas porque nunca consigo engañar a nadie más allá de mi abuela o mi tía que- por alguna extraña razón- siguen sin reconocerme cuando me pongo a hablarles en plan serio por teléfono. Con los demás, una risa escandalosa siempre me delata.
Lo extraño es que nadie consiguiera tomarme el pelo. Soy un blanco fácil. Leo en algunos blogs que este año la cosa no está para gastar bromas. Permítanme que discrepe. Vale que el año pinta feo con la crisis y que hay cantidad de cosas horribles en el mundo que merecen nuestra atención, pero el buen humor siempre se necesita para levantar el ánimo.
Después de un cabreo o un tremendo berrinche ¿qué hay mejor que alguien que te robe una carcajada con una broma?