Dolor. Tragedia. Drama. Lucha. Muerte. Eva Yerbabuena había prometido al público de la Bienal de Sevilla un espectáculo en el que bailaba a los recuerdos de su infancia, bailaba a su vida y nos lo enseñaba. Dice que tiene grabado en la memoria que a su bisabuelo un día se lo llevaron y nunca más volvió a verlo. La guerra civil marcó su vida. Nació en Frankfurt, como tantos otros expatriados, aunque su familia es de Granada. Anoche nos enseñó los fantasmas de su pasado, unos fantasmas de guerra. De una guerra que todavía sigue con muchas otras formas y matices, pero que no deja de estar presente.
Por eso el espectáculo fue frío. Un baile íntimo, melancólico, preocupado, recogido, distante. Se respiraba en todo. Vestuario, escenografía, música. Dicen que Eva quería reinventarse. Es cierto que no encontramos a la Eva de ondas en el pelo y batas de cola, pero nos esperaba una Eva de soberbia presencia escénica.
Eva volvió a ser la de siempre. Unos brazos, muñecas y hombros que dibujan líneas sobre el escenario en un cuerpo que engrandece cada uno de sus movimientos.
Le gusta lo contemporáneo y lo usa. A mí no es algo que me moleste. Al contrario, me gusta porque sabe cómo hacerlo sin que quede inconexo con el espectáculo. Es cierto que hubo partes en las que no llegué a captar qué quería transmitirnos, pero justo cuando me despistaba, aparecía fuerte en el escenario para recordanos que ella estaba allí y lo enderazaba llamando a tus ojos que no podían sino ir irremediablemente hacia sus brazos al compás de sus tacones.
Hubo varios momentos cumbres. El baile de un payaso que mezcla el estilo del mismísimo Charlot con flamenco ataviado con gorrito y nariz roja sobre la bulería de Bambino; dos hombres convertidos en auténticos gallos de pelea que se transforman en el escenario al ritmo de los cascabeles que mueven en sus extremidades; o la figura perfecta de la artista con mantón bordado sobre impecable traje rojo en medio del negro del escenario.
Lo mejor fue la parte en la que Eva se puso de fiesta. Empezaba una flamenca cómica con tremenda gracia en medio de una escena de feria, seguida de un gitano presumido y terminaba una Eva enlazando bulerías, tangos y rumbas.
Aunque el conjunto fue sencillamente genial, el espectáculo a la mayoría se nos quedó corto. Poco más de 1 hora en la que se echó de menos ver a la Yerbabuena más tiempo sobre el escenario y un final ligero e inesperado que despistó a casi todos.
Es indudable que cuando aparecía lo hacía dando el 100%, pero a mí sólo me dio un par de momentos de esos de pellizco en el estómago y de soltar un «¡toma, ahí lo llevas!» cuando terminaba de bailar. Quizás por eso comparto que bailó como sólo ella sabe, pero no fue la Yerbabuena que me enamoró hace años.
Foto: ABC