Poveda, flamenco de viva voz.

Hay personas para las que la música es lo que da sentido a sus vidas. Hay otras que son las que hacen que la música tenga sentido. Indiscutiblemente Miguel Poveda es de los segundos. Anoche abrió las puertas de la Bienal de Flamenco de Sevilla en una abarrotada plaza de toros de la Maestranza. Toreó con su voz desde el escenario como otros lo hacen con el capote sobre el albero.

La Maestranza sudaba por el capricho de una noche bochornosa, bajo una tímida luna escondida entre la niebla y con miles de abanicos que se movían furiosamente en los tendidos buscando sofocar el calor. Sevilla esperaba al flamenco y el flamenco apareció en el escenario encarnado en un Poveda que hizo de la música un arte.

Poveda es voz y sentimiento, una voz que moldea los acordes a su gusto y hace que la música suene como él quiera conduciendo a los que le escuchan por lo más íntimo de su alma. Se transforma en alma desgarrada, tranquilo susurro, grito desesperado,  profunda tristeza, alegría inesperada…

Dicen que empezó nervioso por la presión de querer abarcar toda la historia del cante en un concierto. Motivos aparte, no puedo sino estar de acuerdo, pues los primeros 40 minutos de concierto se me quedaron en un aburrido paseo hacia el momento en el que Poveda empezó a cantar de verdad. Después de los 10 primeros minutos de embelesamiento inicial, mi atención se perdió entre livianas, nanas, marianas, pregones, soleás y peteneras. Vaya por delante que estos palos no son santo de mi devoción y, tras unos minutos de embobarme con la voz a capela a veces acompañada por el toque de una magnífica guitarra, empecé a echar de menos el flamenco de jaleo’, ritmo y percusión.

Pero de repente, Morao se subió al escenario con la guitarra, Poveda levantó del letargo y una servidora se removió en el asiento y empezó a disfrutar. A partir de ahí, alegrías, malagueñas, cantes de Jerez, Lebrija, Utrera y Marchena, coplas, fandangos, seguiriyas, tonás, bulerías y hasta tangos.

Quiso repasar la historia del cante flamenco. No puedo decir si lo hizo (¡ya me gustaría a mí saber de estos temas!) o si como alguien ha dicho es sólo un imitador osado. Puedo decir que me gustó y me sorprendió por la capacidad de hacer con exquisito gusto y de forma que parezca tremendamente fácil lo que es tan complicado y difícil.

Sin embargo, después de todo esto, no puedo decir que sea un artista de pies a cabeza. Hubo varias cosas que no me gustaron. Un Poveda excesivamente personalista y con continuos cambios en un escenario que combinaba el flamenco con un baile moderno casi siempre incomprensible. Tampoco entenderé que no hablase en ningún momento al público ni tuviera un guiño o un gesto para los que estábamos allí. Se subió, empezó a cantar y en ningún momento dijo nada salvo un «adiós» apresurado antes de marcharse tras saludar. Por último, no creo que el grupo de voces que lo acompañó estuviera a su altura. De los que lo acompañaron, sólo 4 creo que lo merecían; el resto no terminé de entender qué hacían con Poveda sobre las tablas. Honestamente, creo que hay mucha gente por ahí lejanamente más merecedora de este honor. Eso sí, los guitarristas que llevaba eran excepcionales, la Orquesta Joven de Andalucía sonó a la perfección y Sandra Carrasco le dio a Poveda un buen repaso en los fandangos.

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1 comentario

  1. Tristemente, muy poquita gente, pero que muy poquita, ha cantandao el Fandango en condiciones porque ha sido un palo del flamenco que pese a ser de la raíz más profunda no ha gustado nunca, sobre todo a los gitanos. No me sorprende tal repaso de "la Carrasco"

    Camarón interpretó un fandango alosnero que dio nombre a un popular disco suyo (Calle Real) y no hizo ni un estilo en condiciones. Se cargó, vaya. Y es que hasta los más grandes se equivocan. Pero hay un ejemplo más cercano: José Mercé se ganó al público en Valverde hace una década y media en un recital gritando, que no cantando, un fandango del pueblo por naturales. La mayoría del público se levantó de sus butacas en clara demostración de su incultura flamencóloga. Una pena.

    A los que nos gusta esto nos suele encorajinar demasiado. Me parece un desprecio demasiado soverbio, que por otro lado puede que tenga su lado bueno en que el Fandango de Huelva está a salvo en Huelva, y es un legado que muchos, desde sus intimidades, guardan como un gran tesoro.

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