HAMBURGER DE CONEJO: Nadie muere bellamente

Hoy he tenido un día horrible. Era festivo en Sevilla y supuestamente no había que trabajar. Irónicamente me he pasado hasta las 5 de la tarde delante del ordenador haciendo una cosa que no me correspondía (un marrón de los grandes), con un breve descanso a la clínica de Manuel para hacerme un bendito empaste.

Mala leche y cabreos derivados aparte, el día ha tenido una buena terminación -en contra de lo esperado-. He ido al teatro, una de mis cosas preferidas como ya muchos sabéis.

He vuelto a la sala La Fundición para ver una obra que prometía bastante: «Hamburguer de Conejo, Nadie muere bellamente«. Al salir, la sensación ha sido buena aunque diferente a otras ocasiones.

Una obra preparada por Fernando Mansilla, quien dice que en ella no todo es lo que parece, pero también al contrario, llevándonos continuamente por el filo de la lógica, de la normalidad, traspasando a veces esa línea y confundiéndonos, dejándonos sin saber en qué lado estamos. Porque sus protagonistas andan siempre con un pie en el caos que subyace en la vida, son seres extremos, marginales, aunque procedan de la más absoluta normalidad. ¿Acaso ésta no es un engaño piadoso para actuar con algo de comodidad? ¿Para mitigar el miedo que nos provoca la vida?

Hamburger de Conejo’ es un texto ácido y humorístico que muestra la lucha despiadada entre dos mujeres absolutamente entregadas a la tarea de ser ellas mismas. En este combate sólo una de ellas podrá sobrevivir.

De fondo está el enfrentamiento entre dos maneras completamente opuestas de ver la vida, y los prejuicios que estas perspectivas generan en los seres humanos. Los prejuicios que llevan a la intolerancia y la muerte.
Siendo sensata, creo que no he terminado de conectar con la obra. La narrativa era complicada y en algunas ocasiones me he perdido. Honestamente creo que no he sido capaz de llegar a entenderla en toda su complejidad, porque la narración era difícil y la escenografía nada usual. Eso sí, en más de una ocasión me he reido.
Y a pesar de eso he salido encantada. ¿Por qué? Sencillo; había dos enormes actrices encima del escenario: Amparo Marín y Rozario Lajurita. Dos mujeres que te tienen embobad@ desde el principio con sus gestos, sus voces, sus miradas, sus silencios, …. Dos grandes y a la vez pequeñas presencias pisando las tablas.
En resumen, ha sido de esas ocasiones en las que merece la pena ver una representación no por la historia que nos cuenta, sino por el trabajo que las dos actrices desarrollan desde el principio hasta el final. Estarán hasta al domingo, así que todavía podéis animaros.

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1 comentario

  1. Además que Amparo es una valverdeña de rompe y rasga. Tengo la suerte de estar ahora precisamente trabajando con Ana que es la productora del espectáculo y nos tiene al tanto de todo.
    La semana que viene seguramente iré a verlas.

    BEsos

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